Narcoarquitectura o de los temores domésticos, de Pablo Lazo


I. Arquitecturas perversas

Hay quienes afirman que la historia de la arquitectura doméstica es una simple evolución de los palacios y mansiones de la nobleza europea, pasando por la casa burguesa, hasta llegar a las casas de la clase obrera en el siglo XVIII. Beatriz Colomina, una de las autoras más reconocidas en el tema, incluso lo lleva a una apoteosis de la emancipación del poder —entre el cliente y el arquitecto— y afirma que todas las intenciones arquitectónicas desde la segunda mitad del siglo XX parten de lo explorado en ese rincón del espacio doméstico.
Dicha reflexión no hay que tomarla a la ligera. Más aun si recordamos que las casas más iconográficas del siglo XX siguen teniendo ese aire iconoclasta, que parece eximirlas de cualquier historia que identifique al sujeto que solicitó su construcción, a los sueños que querían realizarse a través de la posesión de una casa con determinadas características y la búsqueda del arquitecto que pudiese materializar esos sueños.
Dichas casas también muestran otros rasgos como el lujo y la grandilocuencia y la ambición, que también dan forma al mundo. Basta recordar que la famosa casa de Frank Lloyd Wright, Taliesin West, no se hubiere edificado de no ser por el asesinato de su primera mujer en su casa de Wisconsin y la necesidad de Wright de construirse una nueva morada, distinta en estilo y forma de aquella donde sucedió la tragedia.
Slavoj Zizek comenta que "el cine es el arte más perverso. No te da lo que deseas, te dice cómo desear". Parafraseando esta afirmación, podríamos decir que la arquitectura busca emociones perversas. No le da al cliente sólo lo que desea o imagina, sino que también le da algo que temer.
Si para describir los miedos contemporáneos haría falta un espacio mayor que éste, entre lo más destacable resaltan aquellos síndromes o fenómenos colectivos como el calentamiento global, el terrorismo,la violencia económica, la sociedad de la vigilancia, la manipulación genética, etc., a los cuales la arquitectura ha podido dar forma. De manera especial nos ha dejado muestras extraordinarias de los delirios de dichos miedos, justamente, en los espacios domésticos.
Por más que ahora se vean en revistas de arquitectura y moda, como sitios de interés, las favelas de Río de Janeiro, Sao Paolo o Johannesburgo, es imposible eliminar el temor que se siente frente a esa arquitectura. Un temor ligado a historias de violencia, opresión, muerte o inseguridad. Aun cuando estos temores son colectivos, el miedo sugiere otra lectura de la arquitectura que Deyan Sudjic explora en Arquitectura y poder. De Hitler y sus delirios de grandeza materializados por Albert Speer a Tony Blair y su Cúpula del Milenio; de Saddam Hussein y sus fatuos palacios y mezquitas a Francois Mitterrand y su obsesión or pasar a la posteridad con faraónicos edificios públicos. Todos ellos son descritos por la forma que la arquitectura otorga al poder, ya sea político, económico, social o cultural.
si bien la arquitectura moderna se encuentra plagada de ejemplos, en cuanto ejerce una "profunda fascinación en los individuos más egoístas, que se desviven por usarla para glorificarse" (Sudjic), hay otro vacío ante la domesticidad arquitectónica, aleccionadora sobre cómo el temor no sólo está en el proceso sino en el resultado.

II.

En los años ochenta, el ex jefe de la policía del Distrito Federal, Arturo, el Negro, Durazo Moreno, se hizo construir una casa en la costa mexicana de Zihuatanejo. Sin límite presupuestario, con todas las leyes a su favor, Durazo concibió una casa que fuera una réplica del Partenón, con un decorado reminiscente de los palacios griegos y villas paladianas, incluyendo los más recientes avances tecnológicos, para dar fiestas y recepciones dignas de un jeque. Se dice, incluso, que durante su construcción comentó que su casa sería un recinto de tranquilidad y descanso. Nada más lejano a la realidad.
Arturo Durazo Moreno saltó a la escena política gracias a su amistad con José López portillo, presidente de México de 1976 a 1982. Amigos desde la infancia, López portillo lo contrató como guardaespaldas durante su campaña presidencial. La prensa y la opinión pública lograron enterarse de que Durazo construía dos mansiones en las faldas del Ajusco, al sur de la ciudad de México. Una de ellas, cercana a la carretera libre a Cuernavaca, contaba entre otras "amenidades", con hipódromo, cinódromo, caballerizas, helipuerto, lagos y hasta una discoteca copia fiel del famoso Estudio 54 de Nueva York.
Durazo completó el cuadro de propiedades construyendo un albergue, el célebre Partenón, en la playa La Madera de Zihuatanejo. Tras apoderarse ilegalmente de terrenos ejidales, la casa abrió sus puertas en 1981. Sus 800 metros cuadrados edificados dan muestra, por un lado, del temor del arquitecto que responde a los caprichosos pedidos de su cliente como puede. Por el otro, las fantasías del Negro por la arquitectura griega, como pensar que todo cuarto debería tener columnas.
Columnas dóricas y frisos griegos, así como esculturas de Venus de Milo —eso sí, totalmente desnuda y con dos brazos cortados hasta el hombro para que no se dude de la fidelidad al original— y murales de Rafael adornan las salas de la planta baja, mientras que las habitaciones tienen un toque propio de algún club nocturno, y sólo se adornan con frisos y murales de escenas griegas, así como todas las ventanas rematan con un semifrontón dórico. Se rumorea que al centro de la sala existió una gran escultura de un fauno en bronce, obra de Ponzanelli.
Los mármoles de Carrara que tapizan casi toda la planta baja conviven con candelabros art déco. En el exterior, cada rincón parece evocar la presencia del Olimpo y el área de la piscina tiene esculturas en pedestales en forma de columnas —jónicas en este caso—, con recubrimientos de mármol en toda la zona de terrazas.
Al acceder, uno queda impresionado con el portón principal, copia del que hay en el Castillo de Chapultepec o en la Residencia Presidencial de los Pinos. se decía que Durazo se había robado el portón original del Castillo de Chapultepec para ponerlo en su Partenón de Zihuatanejo. Si éste es una notable muestra de esa arquitectura, resultado de los deseos perversos de un cliente y de u arquitecto que busca reafirmar su relación con el poder, la casa donde vivió el narcotraficante Pablo Escobar Gaviria demuestra que el status quo del que gozan hoy estos experimentos domésticos, ya que se han convertido en "hitos" de visita obligada.
A diferencia de la casa de Durazo, que pasó a ser propiedad del municipio de Zihuatanejo —después de la detención de Durazo en 1983—, y que se deteriorara lejos de las miradas curiosas, la casa de Escobar está abierta al público y es todo un referente. En la Hacienda Nápoles, cerca de Medellín, Escobar transformó un baldío en un área lacustre donde construyó un zoológico con más de 1,900 especies animales, un parque temático con dinosaurios inmensos, una plaza de toros, una pista de aterrizaje y gigantescas casas con todas las comodidades.
Poco ha sobrevivido de la majestuosa entrada al conjunto, en cuyo umbral Escobar colocó la avioneta con la que se dice llevó a cabo su primer envío de cocaína a Estados Unidos. La casa principal, de unos 500 metros cuadrados construidos en un sobrio estilo hipóstilo, se encuentra en un estado de semiabandono, que atrae a los visitantes a tomarse la foto antes tan icónico lugar, como si se tratara de un Ground Zero del cartel colombiano.
Desangelada, sólo unos fierros recuerdan lo que, en su momento, fue la puerta al centro neurálgico del Cartel de Medellín, el imperio de la droga más poderoso de las últimas dos décadas del siglo XX. El gobierno adquirió la finca gracias a una ley que permitía confiscar propiedades que sirvieran para actividades ilícitas. Los turistas abonan unos seis dólares para visitar, entre otras cosas, Nápoles Viejo, con las réplicas de saurios jurásicos, la reserva de hipopótamos salvajes o la plaza de toros privada de don Pablo, como se le conocía en sus tiempos de intocable. No menos fascinante para el público son los restos de la colección de autos que Escobar exhibía en Nápoles, incluyendo Porsches y Mercedes, calcinados tras el estallido de un coche bomba en el Edificio Mónaco de Medellín, habitado por el narcotraficante en 1988.
Las hibridaciones de esta narcoarquitectura han extendido su desbordante imaginario estilístico a los espacio públicos, como el Parque Jaime Duque, próximo a Bogotá, donde opera el mismo sentido grandilocuente, capaz de condensar todas las formas posibles, pero las perversiones que dan forma a estas arquitecturas demuestran también lo absurdo de sus aspiraciones estilísticas y la brutalidad con que los arquitectos abordan el diseño de espacios domésticos.
Si la paradoja radica en la aspiració por visitar "turísticamente" esos espacios "domésticos" —no sabemos si por perversión o diversión, o acaso por ambas a la vez—, lo de veras desconcertante es la cantidad de arquitectos enfrentados a dichas comisiones —incluida la de cierto camorrista napolitano, que se hizo una réplica de la morada de Scarface—, y que prolifere esa nueva arquitectura corporativa cuya sigla es NARCO.

[Tomado de Arquine no. 54, México, Invierno 2010]

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