Pensamientos de Charles-Joseph de Ligne, príncipe de Ligne

Todos los que escriben pensamientos o máximas son charlatanes que pretenden deslumbrar: nada más sencillo que escribir un libro de tal manera. Quiero intentarlo. A nada se está obligado; se abandona la obra y se regresa a ella cuando uno quiere. Eso me conviene mucho. Casi todos dicen cosas comunes, falsas o enigmáticas. No hay que ofrecer sobre qué disertar o interpretar, sino en qué pensar.

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Nunca se es más tonto que con los tontos. Con ellos, se apuesta a todo o nada. Por el contrario, las personas con el ingenio aguzado son braseros que estimulan la imaginación de los otros. De los que sospechamos que carecen de filosofía, son a menudo los que más tienen; la verdadera es el placer. Incluyamos en él nuestros deberes.

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Conozco a algunos que tienen sólo la agudeza suficiente para ser tontos. Escuchadlos, hablan bien; leédlos; escriben de maravilla. Así tal cual. Hoy todo el mundo derrocha inteligencia; pero si en las ideas anda escasa, desconfiad de las frases. Según mi parecer, si no es irónica, inventiva, mordaz, original, esa gente con ingenio es tonta. Los que poseen esa ironía, esa inventiva, esa mordacidad, pueden no ser del todo afables. Pero si a ello sumáis la imaginación, los detalles bonitos, aun quizás disparates ocurrentes, cosas inesperadas que caigan como un rayo, sutileza, elegancia, precisión, una educación esmerada, argumentos que no sean rebuscados, jamás algo vulgar, un porte simple o distinguido, expresiones elegidas con tino, alegría, pertinencia, gracia, negligencia, un estilo propio al escribir o al hablar, diréis entonces que resuelta y decididamente son ingeniosos, y que son cordiales.

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La coquetería sólo disgusta a los que no son suficientemente afables para sacarle provecho. ¿a quiénes enfurece? A los hombres que ninguna les ha coqueteado y a las mujeres feas que notan el éxito de una hermosa reina de la fiesta. Nada malo hay en eso.

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Hay mujeres que, sin querer comprometerse, se les ocurre ponerse celosas. Pienso que en ese momento hay que dejarlas. Algunas gastan, en tres meses, un amor que podría durar un año. Peor para ellas.

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La indiferencia por la gloria sólo puede ser fingida. es incompatible con el ímpetu del genio que permite volar hacia la victoria.

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¡Cuánto detesto a las personas que buscan siempre un motivo interesado detrás de una bella acción, y que les cuesta trabajo creer en ella! ¡Cuán admirable, me parece, es admirar! Si me topo con alguna que merezca serlo, me afano aún más, al punto de dar la impresión de que de ello depende mi existencia. Me siento en la gloria cuando uno de mis congéneres realiza algo que descuella.

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Me gusta la gente distraída: es un rasgo que indica que tiene ideas y que es bondadosa, pues los malévolos y los estúpidos siempre están alertas.

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Me he referido a la cortesía de escuchar. Existe, impero, una manera de escuchar a los tontos y a los oportunistas que me indigna: la adulación más asquerosa. Digo cosas aún peores cuando tropiezo con tontos dispuestos a reír de lo que voy a contar o complacientes dispuestos a imitarme.

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Hay personas tan enemistadas consigo mismas que prefieren padecer una desdicha que previeron, a fuerza de predecirla, que una ventura inesperada.

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Existe diferencia entre un hombre testarudo, u hombre terco, un hombre seguro y un hombre con carácter. El primero sostiene con vigor lo que piensa bien o mal; el segundo lo ejecuta sin dar marcha atrás y sin saber si tiene razón; el tercero, sin tener la cabeza dura del primero y la obstinación del segundo, toma partido de antemano frente a un acontecimiento, cualquiera que éste sea; y el cuarto es toda su vida lo que el tercero tal vez no siempre puede ser, y actúa más que él.

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¡A algunos les sienta tan mal aparentar que están pensando! Pretenden hacerlo creer. Les gusta afirmar que ese día tienen razones para estar pensativos o para estar tristes. No es cierto; son como siempre.

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Hay dos especies de tontos: los que de nada dudan, y los que dudan de todo. Los primeros son peligrosos, pues se encargan de todo; los otros, no, porque a nadie alientan para que les encargue cosa alguna.

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El hombre que se escucha hablar siempre escucha a un tonto. ¡Cómo aburre esperar a que haya terminado sus pausas, su gesticulación, y ese lento escoger las palabras quizá demasiado sonoras que llegan a empalagar el oído!

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Las personas sensatas son siempre las que cometen las peores tonterías; los que no pregonan la razón y que aun en ocasiones se apartan de ella, hacen a menudo menos cosas de las cuales hay que arrepentirse. De los impetuosos, brotan únicamente luces de bengala; de los insensibles, incendios.

Traducción de Ignacio Díaz de la Serna

[Tomado de "Extravíos o mis ideas al vuelo", Sexto Piso editorial, México, 2004]

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