Vida social del dinosaurio (fragmento), de John Noble Wilford

Para Jack Horner y Bob Makela, el verano de 1978 fue muy parecido a los diez anteriores. Habían estado recogiendo huesos de dinosaurio desde sus días de estudiantes en la Universidad de Montana, en Missoula, "Tomábamos una bolsa de yeso y una caja de botellas de cerveza y nos marchábamos al campo", dijo Horner uno de esos días. La hacían para descansar, del mismo modo que otra personas emplean un día o dos pescando o dedicándose a cualquier otra afición. En paleontología el pasatiempo acaba convirtiéndose en profesión, y así le ocurrió a Horner. Su desdén por los cursillos científicos impidió que lograra una licenciatura académica, pero pese a ello Horner se dirigió al este para trabajar en la Universidad de Princeton, en su Museo de Historia Natural, como técnico en la preparación de fósiles para aquellos otros paleontólogos consagrados por un doctorado. Makela, por su parte, se quedó en Montana como profesor de ciencias en una escuela superior de la pequeña ciudad de Rudyard. Pero cada verano reunían sus fuerzas y provistos de las herramientas necesarias para sus excavaciones y cajas de botellas de cerveza, recorrían los campos de Montana en busca de huesos de dinosaurio. Con frecuencia excavaban en la región del oeste de Montana donde Horner cuando sólo tenía siete años de edad, encontró su primer fósil de dinosaurio en el racho de su familia. En 1978 los dos amigos estaban explorando y recogiendo huesos a lo largo de la frontera canadiense, al norte de Rudyard, con sólo un modesto éxito.
A finales de julio, otro paleontólogo les pidió que pasaran por un establecimiento dedicado a la venta de rocas fósiles en Bynum, Montana, para que echaran un vistazo a uno especímenes de dinosaurio que los propietarios de la tienda querían vender a los turistas como recuerdos. Los propietarios, Marion Brandvold y David y Laurie Trexler, habían recogido aquellos huesos fósiles cuando recorrían a pie una finca de Choteau. Una noche, en la tienda los dos cazadores de dinosaurios identificaron los huesos que no eran de especial interés. Poco después, tras habérselo pensado mejor, Brandvold sacó una lata de café que estaba llena de pequeños huesos fósiles. La dueña les extendió dos pequeñas piezas cada una de las cuales media menos de un centímetro. Una era el extremo distal de un fémur, la parte más alejada del centro del cuerpo. Pocos momentos más tarde Horner se volvió a Makela y dijo: "No vas a creerlo, pero me parece que son trozos de huesos de una cría de dinosaurio de pico de pato".
Al principio Makela se mostró escéptico, y con razón, como recordaría Horner algo después. Ninguno de ellos había visto una cría de dinosaurio en los diez años que llevaban buscando fósiles. Poco paleontólogos lo habían hecho: el argentino José Bonaparte había encontrado recientemente un dinosaurio apenas empollado, que era tan pequeño que podía guardarse en el cuenco formado por las dos manos, pero eso era una auténtica rareza. Después de que Makela examinó los huesos con más detalle, su escepticismo desapareció. Los dos paleontólogos explicaron a los dueños de la tienda la virtual importancia de  aquellos huesos, después de lo cuál Brandvold les descubrió el lugar del hallazgo.
John R. Horner y Robert Makela se pasaron el resto de aquel verano y muchos otros después en aquel lugar, viviendo en tiendas de campaña que hicieron que el lugar pareciera más un campamento indio que el de una expedición científica. El lugar estaba dentro de la hacienda de James y john peebles, en las afueras de Choteau, un pequeño pueblo al oeste de Great Falls, junto a la carretera que conduce al Parque Nacional Glacier. Hacia el oeste, más allá del río Teton, se alzaban las Montañas Rocosas. Al este quedaban las Grandes Praderas. Entre ambos lados se extendía una ancha franja, una pequeña altura cubierta de hierba donde el viento y el agua habían erosionado los sedimentos de tierra de los últimos ochenta millones de años. Allí los dos paleontólogos cavaron en la piedra arenosa de color marrón grisáceo. al cabo de pocos días, trabajando bajo un sol ardiente y un fuerte viento, excavaron los restos de un nido de barro que contenía quince pequeñas crías de dinosaurio fosilizadas. El nido era como una especie de tazón hueco, de unos dos metros de diámetro y un metro de profundidad, en su centro. Cada una de las crías tenía aproximadamente un metro de longitud. Éstas fueron las primeras crías de dinosaurio encontradas en su nido y sus dientes mostraban que llevaban algún tiempo comiendo.
Esto señaló el comienzo de uno de los descubrimientos de dinosaurios más brillantes e ilustradores del siglo XX. Horner y Makela descubrieron más de trescientos huevos de dinosaurios en distintos nidos. Algunos huevos conservaban el esqueleto del embrión. Los dos buscadores sacaron más de sesenta esqueletos , totales o parciales, incluyendo los de las crías, y otros de dinosaurios muy jóvenes , así como los de sus padres. Nada de lo que había sido desenterrado hasta entonces había aportado a los científicos un material básico informativo para poder conocer la conducta social de los dinosaurios. Así se obtuvo la primera prueba evidente de que los dinosaurios se ocupaban de sus crías, un rasgo característico que no se da en absoluto en los reptiles.
Más tarde en el verano de su primera temporada de trabajo, Laurie Trexler, que los estaba ayudando, encontró allí la cabeza de un dinosaurio adulto. "Si me tengo que conformar con una parte del animal -explicó Horner-, ciertamente prefiero que sea el cráneo." Aquel le intrigó aún más, pues parecía distinto de todos los dinosaurios conocidos hasta entonces. Durante meses Horner examinó el espécimen como Hamlet contempló la calavera del pobre Yorick. Finalmente decidió que pertenecía a un miembro de la subfamilia de los arcosaurios conocida como hadrosauridae, el primero de los dinosaurios de pico de pato que fuer descubierto por primera vez por Joseph Leidy. Eran los más abundantes y diversos de los dinosaurios del cretáceo. La mayor parte de los otro hadrosaurios tenían una abertura de las fosas nasales muy grande que incluía las órbitas (los agujeros de los ojos). Aquél, por el contrario, tenía unas fosas nasales pequeñas con un hueso muy grande entre éstas y órbitas. A ese respecto, el animal se parecía al Iguanodon, pero éste tenía dientes pequeños, sencillos y escasos. El cráneo que intrigaba a Horner tenía una verdadera batería de cientos de grandes dientes unidos entre sí y que eran mucho más adecuados para una mejor masticación y el roído de la vegetación dura. Esta característica y algunas otras sugerían que e animal debió tener entre los ocho y diez metros de longitud. Finalmente llegó a la conclusión de que se trataba de un hadrosaurio de un  nuevo género y especie, a los que bautizó con el nombre de Maiasaura peeblesorum. Maiasaura siginifica algo así como "la buena madre lagarto", nombre que parece muy apropiado a partir de la evidencia. El nombre de la especie peeblesorum honraba a los propietarios de la hacienda que había permitido a Horner excavar en su propiedad tanto como le viniera en gana.
Horner y Makela continuaron buscando y excavando juntos en años sucesivos. Donde quiera que encontraban huesos fósiles pequeños en la parte superior del suelo, barrían el área y cernían la tierra recogida en busca de otros. Cuando tenían la impresión de que habían dado con un yacimiento rico, se ponían a excavar afanosamente a base de pico y pala. O pasaban un rastrillo por toda la zona para ablandar la superficie y provocar nuevas erosiones más profundas, durante el invierno siguiente y regresarían el próximo verano con la esperanza de obtener una cosecha más abundante. De este modo, pronto hicieron descubrimientos suficientes para darse cuenta de que no habían descubierto un nido aislado, o dos, sino toda una colonia.
Pronto excavaron dos nidos más con crías hadrosaurios. En uno de los nidos las crías eran aún más jóvenes que los encontrados anteriormente. Medían menos de medio metro. Otras eran de más edad y habían crecido hasta los dos metros de longitud, lo que daba a Horner nuevos argumentos para creer que aquellas crías y pequeños eran cuidados y atendidos por sus padres durante varios meses después de la incubación y la ruptura del huevo. Como un pequeño petirrojo llevando gusanitos a sus cría, el Maiasaura, "la buena madre lagarto", debió de haber alimentado a sus hijos, regresando frecuentemente al nido de fango arenoso con semillas, bayas y hojas verdes.
El equipo de Horner encontró los restos destrozados por el tiempo de nueve nidos vacíos, todos los cuales contenían gran abundancia de trozos de cáscaras de huevo fosilizadas. Aquellos huevos de hadrosaurio, una vez fueron reconstruidos, medían unos veinte centímetros de longitud con la forma de elipsoides chatos, es decir, aproximadamente del tamaño y  la forma de los huevos del Protoceratops que anteriormente habían sido hallados en el desierto de Gobi. Las cáscaras eran algo más gruesas que las de un huevo de gallina, más bien como las de un huevo de avestruz. Las superficies externas de las cáscaras eran rugosas. Los nidos estaban separados entre sí unos siete metros como mínimo, lo que Horner observó con especial atención porque siete metros suele ser, aproximadamente, la longitud del hadrosaurio adulto. Todos los nidos ocupaban la misma capa o estrato, lo que parecía indicar un mismo "horizonte temporal". Eso hacía suponer que aquel lugar había sido sede de una colonia de crianza semejante a las de algunas aves modernas.
En 1979, mientras cavaba en un montículo próximo, Horner descubrió otra colonia de nidos. Por esa razón el montículo fue bautizado con el nombre de Egg Mountain (montaña Huevo) de manera no oficial. los diez nidos encontrados allí contenían los restos de nada menos que veinticuatro huevos cada uno. Aquellos huevos, con superficies exteriores lisas, eran algo más pequeños y más elipsoidales que los hallados anteriormente. Estaban colocados de modo circular con extremo más puntiagudo enterrado en el fondo arenoso del nido. Terminando el empollamiento la criatura salía por la parte superior del huevo, dejando tras sí la parte baja intacta entre los sedimentos. A partir de los huevos y de algunos huesos, Horner llegó a la conclusión de que aquella colonia había sido ocupada por otra especie de dinosaurio, probablemente una especie del algo más pequeño Hypsilophodon.
Horner estuvo en condiciones de sacar dos deducciones a partir de la colonia de nidos de la Egg Mountain. Los huevos se encontraban a tres niveles diferentes sobre el suelo. Esto le sugería la idea de que los adultos habían ido anidando en el miso lugar, año tras año, durante bastante tiempo. Es decir, era el lugar al que regresaban en cada temporada de crianza. Al advertir la ausencia de restos de jóvenes en aquellos nidos, así como el hecho de que las partes inferiores de los huevos estaban bien conservadas y no rotas como en los nidos del anterior descubrimiento, sin duda a causa del pataleo y movimiento de los pequeños, Horner dedujo que los jóvenes de esta especie no se quedaban en el nido tanto tiempo como los de la otra y lo abandonaban tras haber salido del huevo. No obstante había signos que indicaban la atención de los padres. Restos de entre quince y veinte esqueletos pequeños, de longitudes que iban desde medio metro a un metro y medio fueron encontrados unos cerca de otros. Si las crías abandonaban el nido inmediatamente después de salir del cascarón, es posible que por casualidad, es posible que por casualidad algunos hubieran muerto allí, pero un grupo de quince o veinte parecía poco probable. Esta circunstancia recordó a Horner los lugares próximos al nido en los que se desarrollan algunas aves de nuestro tiempo. Como informó en Nature, aquellos jóvenes dinosaurios "o bien seguían en la colonia o regresaban al lugar frecuentemente". Ambas cosas hubieran sido indicios de la existencia del cuidado paternal.
Los análisis del desarrollo de los huesos de las crías de dinosaurios llevaron a Horner a nuevas evidencias. Descubrió la existencia de un crecimiento rápido. El metabolismo de aquellas criaturas parecía haber tenido el ritmo rápido de los animales de sangre caliente más que el lento y perezoso de los reptiles de sangre fría. "En aquellos días solía discutir con Bakker continuamente -cuenta Horner, el apóstol de la endotermia de los dinosaurios-, y todavía lo sigo haciendo en algunos puntos, pero resultaba difícil explicar lo que veía desde cualquier otro punto de vista."
Su razonamiento era el siguiente: los nidos de los hadrosaurios, en particular, que contenían crías en los cascarones que ni siquiera llegaban a medir medio metro, así como restos de animales muy jóvenes de un metro y fragmentos  de otros que podrían haber llegado a los dos metros. O bien crecían muy rápidamente o seguían mucho tiempo en el nido. El cocodrilo joven, que es un animal de sangre fría, así como el arcosaurio, crecen un tercio de metro por año. Incluso las especies de más rápido crecimiento entre los animales de sangre fría tardarían un año en conseguir el tamaño de los jóvenes hadrosaurios, descubiertos por Horner. parece improbable que los jóvenes dinosaurios se quedaran en el nido tres años, o incluso uno, por muy cariñosos y dispuestos a alimentarlos que estuvieran sus padres. Más bien habría que pensar que los dinosaurios crecían a un ritmo similar al de las avestruces, por ejemplo, que es la criatura de sangra caliente de más lento crecimiento. Un avestruz alcanza el tamaño de un metro en un periodo de entre seis y ocho meses. Por alguna razón las criaturas de las buenas madres lagarto de Montana parecían capaces de creces a ese ritmo o incluso a otro más rápido y eso podría indicar que se trataba de animales de sangre caliente.
Los científicos podrían estar en desacuerdo con esa interpretación y con algunas otras; hasta ahora las objeciones han sido pocas y moderadas, pero en lo que todos estuvieron de acuerdo fue en considerar el descubrimiento de los nidos como una maravillosa sorpresa. El descubrimiento de huevos de dinosaurio por la expedición de Andrews en Mongolia había provocado mucho ruido y lo mismo ocurrió con otros hallazgos; un montón de huesos de jóvenes dinosaurios habían salido a la luz a lo largo de varios años y hallado en distintos lugares, pero hasta entonces jamás se habían encontrado crías en sus nidos. Se habían adelantado algunas teorías para explicar este vacío en el registro de los fósiles.
Algunos paleontólogos habían creído que los dinosaurios ponían sus huevos en lugares más propicios a la erosión que a la deposición y, consecuentemente, sus nidos fueron arrastrados por la erosión y así desaparecieron del mundo de los fósiles. Tal vez, dijeron otros, los dinosaurios vivían tantos años que  se precisaban pocas crías para mantener la población adulta y los huesos de los jóvenes y las crías eran demasiado frágiles como para poder llegar a fosilizarse. Sin embargo, Horner supuso que la gente había buscado en lugares equivocados. Charles W. Gilmore, un paleontólogo de la Institución Smithsoniana, podría haber resuelto el problema si se hubiera sabido darse cuenta del significado de uno de sus descubrimientos a principio de siglo. Como Horner recordó, las notas de los trabajos al aire libre realizados por Gilmore en 1928, mencionan la abundancia de fragmentos de cáscaras de huevo encontrados en la formación Two Medicine. Algunos de los pequeños dinosaurios que recogió allí, y que descubrió como nuevas especies, eran realmente crías y animales jóvenes de especies ya conocidas. El hallazgo había sido hecho en sedimentos depositados por las corrientes de agua que procedían de las tierras altas de Montana Occidental, donde Horner más tarde descubriría sus colonias de nidos.
Cuando Horner dijo que la gente había buscado en lugares equivocados quería decir que la mayor parte de los paleontólogos se habían encerrado en la idea de que los dinosaurios eran criaturas de las cuencas de los ríos bajos, llanuras costeras y tierras pantanosas y por lo tanto fuera en esos lugares en donde buscaban todo lo que podía relacionarse con los dinosaurios. Casi todos sus hallazgos de huesos se habían hecho en tale sedimentos. Pero eso pudo ser, más bien, un caso de profecía que se cumplió por sí misma. Es decir que si sólo buscaban en aquellos lugares, únicamente en ellos podían encontrar fósiles. Sin embargo, Horner encontró sus nidos en lugares que fueron más elevados y más áridos. El lugar de los hallazgos en las cercanías de Choteau, al juzgar por algunas conchas fósiles halladas en las partes llanas, pudo haber sido una península que penetraba en un gran mar interior. De acuerdo con la hipótesis de Horner los dinosaurios emigraron de las tierras bajas, situadas a unos cien kilómetros, para hacer sus nidos, poner sus huevos y cuidar a sus crías en un lugar alejado y seguro que protegiera a sus hijos de los dinosaurios carnívoros que hubieran hecho presa de ellos.
Éstas eran el tipo de observaciones de la conducta de los dinosaurios que hicieron que los descubrimientos de Horner resultaran tan atractivos. Los paleontólogos pudieron haber aprendido muchas cosas sobre el tamaño, las formas y las posturas de aquellas criaturas a partir de sus huesos preservados después de su muerte, pero permitían conocer bien poco de ellos como criaturas vivas, animales de carne y hueso, casi nada en absoluto de sus vidas familiares.

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