El gato hipócrita, narración del antiguo oriente

Naturaleza muerta con gato y ratón 
Tomado del Pantchakiana-vastika, comentario al libro delos cinco cuentos escritos en dialecto Gucharat.
Es un cuento irónico contra los falsos ascetas. 

He conocido tu altísima ascética; los cabellos se me erizan. Del millar falta un ciento. ¡Gloria a ti, asceta bramánico!
Una vez era una ciudad llamada Chipur, en la que reinaba el rey Sudarchan. En esta ciudad vivía un comerciante llamado Sahasradatt, que puso una tienda de manteca. Un día dejó abierto un pucherito de manteca. Para comerse la manteca, un gato metió a la fuerza su cabeza en el puchero, y luego no pudo sacarla. Estando el comerciante en el almacén, oyó ruido en la tienda, salió para ver lo que pasaba y se encontró con la cabeza del gato en el pucherito. Entonces el comerciante cogió al gato y quiso sacarlo, pero no lo consiguió. Movido de compasión, rompió el puchero. Pero el cuello de este quedó adherido al del gato. Cuando el comerciante se disponía a romper el cuello del puchero, desapareció el gato y echó a correr por el campo. Era invierno. Los campos de mijo estaban espigados. El gato se escondió en un campo de mijo. Pero en él vivían mil ratones, que al ver al gato huyeron. El gato entonces les gritó: "Acabo de llegar de Kedar* y me he puesto el collar de Kedar. Ahora ya no mataré a nadie. He emprendido una vida santa. Venid aquí todos, que voy a predicaros". Los ratones creyeron sus palabras. Venían todos los días por la mañana en busca del gato, y oían su sermón. Pero el gato, cuando los ratones, después de oído el sermón, volvían a sus agujeros, cogía siempre al último. Los otros no notaban nada. Entre esos ratones había dos patriarcas. El uno se llamaba Ligero, y el otro, Rubino. Ligero trepaba por la plantas de mijo, cortaba las espigas y las tiraba al suelo. Rubino las llevaba a la cueva. Todos los ratones comían, bebían, se daban buena vida y escuchaban el sermón del gato. Un día el gato cogió al ratón Ligero. Cuando los otros llegaron a la cueva, notaron la falta de Ligero. Antes, apenas cabían los ratones en la cueva; pero al contarse ahora, hallaron que de los millar faltaban ciento. Entonces los ratones recurrieron a una astucia. Escondieron a un ratón para que prestara vigilancia. Fueron al sermón y regresaron luego a la cueva. El gato cogió al último ratón. Pero lo vio el que se había quedado para vigilar, y lo contó a los demás ratones. Entonces todos los que se hallaban en la cueva se asomaron a la puerta. El gato exclamó: "Venid, que va a empezar el sermón". Pero un viejo ratón le contestó: "He conocido tu altísima ascética; los cabellos se me erizan. Del millar falta un ciento. ¡Gloria a ti, asceta bramánico!".

[Tomado de Narraciones del antiguo oriente, Ediciones Oasis, México, 1960.]

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